martes, 31 de marzo de 2009

lunes, 30 de marzo de 2009

Destroying


¿Qué me pasa ultimamente?
¿Qué coño estoy haciendo?

¿Quién es esa persona que me mira todas las mañanas desde el espejo, y me sonrie?

¿Realmente ese soy yo? ¿Ese castaño, delgado, ojerizo...esa persona que sonrie soy yo?

¿Qué me ha pasado? ¿Que ha sido de mí? Ayer era de otra manera...
¿Que he hecho conmigo mismo? ¿Con mi vida?
Mi vida...es mil veces mejor de lo que ha sido nunca, soy más feliz ahora de lo que jamás he sido, pero... la estoy destruyendo.

No se como, pero estoy desmoronando mi vida cada vez más rápido, y sin casi darme cuenta. Cada vez que destruyo uno de los ladrillos de mi vida, no me doy cuenta del destrozo hasta que la estructura del edificio al que pertenecían está muy dañada, a punto de caerse.

El edificio de mi familia, recibe golpes de mi martillo de decepcciones cada dos por tres.
El de mis amigos, ya casi reducido a escombros, demolido por la máquinas de la intolerancia, del egoismo, de la indiferencia, la crueldad...
El solar de mi cuerpo, ya débil por naturaleza, recibe ultimamente también leves traumas de torpeza y descuido, de frenetismo, de depresion.
La parcela de mi mente, antes semipoblada de flores de colores, de robustos y delicados arbustos, adornada por ancianos árboles que renovaban sus frutos día tras día, comienza a marchitarse debido a la polución de mi ser, en golpes de rabia, de celos, de estupidez, de hipocresía, incomprensión, complicación...

Y, por último, parece que, de una manera que comprendo aún menos, sin darme menos cuenta aún, estoy destruyendo la amplia mansión, ese castillo, esa catedral que se alza dando una cálida y arropadora sombra a todo lo demás, ese enorme templo que tiene por nombre amor. Ese templo, inhabitado durante mucho tiempo, se hallaba ahora dorado, incandescente, vivo al fin. Y ahora que estaba realmente completo, lo estoy destrozando tambien, no se como, pero lo estoy haciendo, está pasando, lo estoy destruyendo sin saber como, ni con qué, pero lo estoy haciendo. Se cae.

¿Qué está pasando con mi perfecta vida?






viernes, 20 de marzo de 2009

A Life Tale


Me desperté en medio de una nube de confusión extrema. Cuando la nube se disipó y pude, no sin un tremendo esfuerzo, abrir los ojos, lo que allí pude vislumbrar me heló la sangre.

Era una especie de jardín gigante, tanto que no se veía dónde acababa, a pesar de su ausencia de cercos o vallas. Era sumamente colorido, tanto que ni las sombras más profundas de los robustos árboles se acercaban, siquiera, a una tonalidad negra. El ambiente era perfecto, hacia un calor suave y ligero, y la luz que entraba en remolinos de cristal de alguna parte desconocida, no me dañaba los ojos. El olor de aquel lugar, apenas perceptible, era una fragancia a flores secas, a verano, a otoño, a primavera e invierno, un olor simplemente idílico.

Pero, por alguna razón, aquel sitio me había deprimido.

Entonces, decidí levantarme de mi cama. Con asombro, observé que no estaba encima de mi camastro, sino que el lugar en el que descansaba mi trasero era un banco bastante amplio, de construcción simple y débil, pero bastante agradable. Algo había en ese banco que me extrañó, pero no caí en que era.

Me incorporé, y comencé a caminar en línea recta, hacia un claro lejano. A medida que me acercaba, mi sensación de abatimiento y tristeza se acentuaba más y más. A parte, al mismo tiempo que mis pies se dirigían hacia aquel claro desconocido, iba subiendo el volumen de unos lamentos provenientes de aquel lugar.

Cuando mi pié izquierdo pisó la “entrada” de aquel claro, algo me paralizó. Dejé de moverme y mi cuerpo se tensó hasta el punto de dolerme. Eché un vistazo alrededor del claro, y entonces comprendí por qué este sitio me deprimía.

Al principio, no supe con exactitud por qué esas figuras sollozantes, de cuyas presencias provenían los lamentos, me aterraban tanto.

Pero luego supe que eran aquellos seres, y entonces lo comprendí todo.

Aquellos “seres”, eran personas. Y no personas cualquiera, sino personas que yo conocía, personas de alguna manera ligadas a mí.

Sus cuerpos eran de un color cenizo, que desentonaba con aquella orgía de color en la que se encontraban. Tenían la piel grisácea, al igual que el cuerpo, de un gris deprimente. Me di cuenta de que algunos, incluso, tenían partes de su cuerpo ennegrecidas.

Ante aquel espectáculo, dejé escapar una lágrima, que al caer produjo un ruido sordo. Dirigí mi mirada hacia abajo, y lo que allí ví me produjo mareos; mi lágrima había teñido la verde tierra, la hierba de el más puro pigmento verde, de un color grisáceo y apagado. Como guiado por el instinto, dirigí mi cabeza hacia mi lugar de llegada, y entonces comprendí. El banco en el que había estado sentado era de color negro, y una estela oscura iba desde él hasta donde yo me situaba: era el trazo de mis pies.

Entonces una de las figuras pareció darse cuanta de mi presencia. Me miró, y se dibujó una sonrisa en su rostro, y yo juraría que hasta el color ceniciento de su piel se iluminó por un instante. Era una mujer mayor, de unos cincuenta años, de pelo negro, corto, y con la cara demacrada por los años y el dolor. Pareció contenta de verme en un principio, pero luego soltó un lamento, mirándome con odio, y se encogió en sí misma.

Retrocedí, horrorizado, ante aquello. Alcé mi cabeza y lo que observé me asustó aún más: Todas aquellas fantasmales personas parecían haberse dado cuenta, repentinamente, de mi presencia en aquel lugar. Sentí como sus miradas y sus susurros se clavaban en mi alma como pequeñas agujas emponzoñadas, miradas en las que se podía leer el odio hacia mi persona, palabras en las que se plasmaba el asco que despertaba en ellos mi presencia.

De pronto me di cuenta de que una de aquellas personas, acurrucada debajo de un manzano cuyas frutas se encontraban teñidas de un brillante y a la vez horrible color rojizo, no me miraba. En su mano derecha descansaba una de aquellas extrañas manzanas, la cuál el agarraba firme, pero relajadamente. Al reconocer al susodicho, me lancé corriendo entre el bosque de personas, que intentaban hacerme perder el equilibrio con sus cenicientas manos, pero sin resultado, debido a que, por alguna razón que yo no entendía del todo, esas criaturas se retorcían de dolor y se ennegrecían aún más al contacto con mi piel.

Me detuve a unos escasos centímetros del humano con la manzana. Le reconocí al instante. Era un varón, cuyo cuerpo, más alto, fornido, bello, y mejor formado que el mío, descansaba sobre su lado izquierdo. Tenía la cabeza apoyada en el árbol, con la mirada hacia su copa. Su cara, con unos rasgos tiernos y hermosos, que reflejaban bondad, eran más bellos que los míos incluso aunque se encontraban pálidos, cenizos, apagados. Y los que conocían a aquella persona sabíamos que su perfecto físico no era más que una débil sombra, una mancha, al lado de sus capacidades, de sus habilidades, de su mente, de su inquebrantable y envidiable espíritu.

De pronto abrió los ojos, con una gracia sutil que hizo que sus pestañas hiciesen revolotear las motas de polvo suspendidas en el aire. Al reconocerme, soltó una lágrima, que se precipitó hacia la hierba. Sorprendentemente, su lágrima tuvo el efecto contrario a las mías: iluminó de color la hierba al contacto con ella, iluminando incluso donde yo estaba, haciendo desaparecer en un radio de un metro o así la sombra que yo había dejado.

Al entrar mis ojos en contacto con los suyos, sentí alegría, sentí un calor reconfortando mi cuerpo, me sentí lleno de felicidad. Mi euforia no me permitió ver lo mal que se encontraba él, me cegó impidiendo que viese su cara de incomodidad y de tristeza. Extasiado, dejé salir una risa tonta y le di un abrazo.

Y entonces, gritó. Me aparté rápidamente y ví como aquel ser humano se retorcía de dolor por culpa de mi abrazo. Ví como su cuerpo se ennegrecía, como carbonizado, por los sitios por los que mi cuerpo había entrado en contacto con el suyo. Sus ojos se clavaron en los míos, cargados de tristeza y de odio, y, como para calmar el dolor, le dedicó un bocado a la manzana que portaba, aunque aquello pareció otorgarle más dolor.

Horrorizado, me aparté de aquella persona y de su árbol infernal, y, como el más ruin de los cobardes, me alejé de él. Y entonces caí. Caí en la cuenta de lo que pasaba, de donde estaba.

Estaba en el Edén.

Aquel jardín, simplemente ideal, era el mismo paraíso, y aquellas personas, conocidos míos, sufrían por mi presencia en aquel lugar. Yo había destruido el Edén, había traído la desgracia a todas aquellas personas que se hallaban felices hasta que toparon conmigo.

Y allí, bajo el manzano del pecado, bajo el ÁRBOL DE LA CIENCIAestaba él, había mordido la fruta de la cruel realidad por mi culpa, pero la había devorado cuando la manzana estaba amarga, cuando aquella serpiente traicionera, aquel diablo bífido había infectado la manzana. De pronto me sentí aquel diablo.

Alarmado, lleno de terror y de pena, de asco hacia mi mismo, retrocedí hasta el centro del claro, sin dejar de mirar a aquellos seres, destruidos por mi culpa.

La cabeza me daba vueltas al pasar entre las miradas de aquellos humanos sombrios, aquellas almas destrozadas. De pronto, mi vista se centró en una especie de balcón del que emanaba una luz pura y acristalada. Mis pies se comenzaron a mover, como programados, hacia aquel lugar. Eran unas escaleras de el más blanco mármol, que dirigían a una especie de balconcito. La estructura bien podía parecer una puerta gigante, dado que se hallaba toda ella rodeada por un arco enorme, blanco como el marfil, de cuyo inmaculado marco pendían unas cortinas también blancas. Pero a medida que me acerqué, puede ver que era una especie de altar de boda.

Cuando me hallaba a unos cinco metros de allí, entendí por qué me había dirigido hacia aquel lugar. Sobre lo que parecía una lápida (aunque era un altar) una figura, una silueta absolutamente perfecta, me esperaba sentada.

Al percibir mi presencia, aquella DIOSA se levantó, dedicándome una sonrisa. Su cuerpo, simplemente perfecto, idílico, se movió de una forma hipnotizante, que hizo moverse de forma sutil los bajos de su vestido blanco y negro, una especie de mezcla entre un vestido gótico y uno nupcial.

Pero no fue su tremendo cuerpo, ni su peculiar vestido de boda, ni siquiera aquella increíble belleza imposible de definir, lo que me sorprendió de ella, sino que…su piel no estaba gris. No era del todo su tono normal, pero si tenia color. Era muy apagado, un color carne suave y frío, pero no era el deprimente gris que recubría la epidermis de el resto de personas allí presentes.

De pronto, me detuve. Decidí que no podía moverme, que no debía dirigirme hacia ella. Aunque lo que más me apetecía era acercarme, abrazarla y besarla…no debía hacerlo, sabía lo que podría pasar. No quería ensombrecerla a ella también, no quería hacerla sufrir. Así que guardé las distancias, reprimiendo el fuerte sentimiento de acercarme y achucharla.

Ella pareció percibir que no quería acercarme, y su felicidad se transformó en una mueca de pena. Aquello me dolió en el alma. Tras unos segundos sin hacer nada, ella se adelantó un paso, alzando una mano en señal de que me acercase. Pero, sabiendo el efecto que mi contacto podría tener en ella, retrocedí un paso. Aquello pareció deprimirla más, y comenzó a sollozar. Bajó su mano, y, dejando resbalar una lágrima de su ojo izquierdo, aquella mujer perfecta, susurro, casi cantando: “no…no me quieres?”.

Aquello fue demasiado para mí. Sin ser consciente de lo que hacía, me abalancé hacia ella y la abracé fuertemente, al tiempo que le dedicaba un beso sincero, tras el cuál le susurré al oído: “Te amo”.

Cuando me di cuenta de lo que había hecho, un doloroso escalofrío me recorrió el espinazo. Pero, para mi asombro, al contemplar el cuerpo de aquella princesa de mis sentimientos, observé que mi contacto con su cuerpo tenia justo el efecto contrario que en el resto de seres humanos. Su piel había tomado mejor tono, un color piel perfecto, vivo, que, como todo en ella, hacía enfermar de envidia y restaba importancia a la más bella de las bellezas de aquel idílico jardín.

Qué raro.

Mi presencia provocaba en aquella persona, que tenía absolutamente todo lo que yo buscaba en una persona, justo la reacción opuesta que provocaba en el resto de personas; pensé mientras aquella perfecta chica me besaba suavemente el cuello, tras lo cuál se acurrucó en mi pecho, soltando un ronroneo que me alegró.

Ella, aquella diosa carnal, me quería, por alguna razón que escapaba a mi comprensión me quería, probablemente tanto como yo a ella.

Y se sentía feliz de estar a mi vera, de que yo estuviese allí a su lado, a pesar de todo lo que había hecho, de que había destruido el jardín del Edén.

Aquel paraíso, producto de mi cerebro y mi corazón, que eran, en esencia, mi alma y mi mente, parecía un lugar menos amargo con ella a mi lado.

Alzó su cabeza, haciendo bailar su perfecto cabello de una forma muy tierna. Y me miró fijamente con esos ojos de color cocacola, esos ojos castaños y expresivos, perfectos. Me dedicó un “te quiero”, el cuál adornó con un beso sincero, que reconfortó mi alma como el chocolate caliente en invierno, como la cerveza fría acariciándote la garganta en el día más caluroso del verano.

Y, en medio de aquel altar, de mi corazón hecho mármol, nos besamos mientras copos de nieve y luz caían de ningún sitio, borrando mi oscuro rastro de la hierba del Edén.

Y allí estaba, yo Adán y ella Eva, yo simple Romeo y ella bella Julieta, yo el cabronazo de Don Juán, y ella la perfecta Doña Inés, yo el asesino Marco Antonio, ella la codiciada Cleopatra.

Y ella queriéndome, feliz de que yo estuviese con ella, a pesar de que había sido yo el que había ensombrecido su Edén.




Y entonces... me desperté, con una lágrima en cada ojo y el corazón en un puño. Y lo entendí todo, sin entender absolutamente nada.

Happiness


¿Qué es la felicidad?
Es decir; yo sé l que es, al menos para mí. Pero...¿qué hay del resto? ¿y si la felicidad no es un sentimiento universal, no es algo que todos percibimos de igual manera?
Un dios de la pluma llamado Leon Tolstoi, Ruso con ideales realistas, escibió un día la siguiente frase:
"
Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo."

Y me he dado cuenta de que yo no soy, ni mucho menos, así, sino justo al contrario. No aprecio lo que tengo hasta que lo pierdo, o si lo aprecio, lo destruyo.

Soy un ladrón de felicidad
, no soy más que eso. Sólo alguien que, para ser feliz, ha usurpado la felicidad a otras personas, haciendo que las relaciones entre ellas se estropeasen, saliendo beneficiado, como siempre, yo.

Soy una cara sonriente en mitad de un mar de caras sombrías y sollozantes, cuyo objeto de tormento soy, precisamente, YO.

Y lo peor, es ser consciente de ello, ser consciente de que mis vampíricos colmillos de irradiante felicidad desarran el cuello de los sentimientos de las persnas a las que quiero, y les hacen emerger la sangre de la felicidad, desangrándoles sus mejores años, sus mejores sentimientos. Ser consciente de ello es, sin duda, lo peor, porque te hace darte cuenta de lo poco que vales, de lo poco que has hecho por ellos y lo mucho que han hecho por tí, de lo cruel que eres.

Saberlo, te hace ser consciente de que lo mejor es marcharse, dejarles en paz y buscar tu camino, una senda a contracorriente de la alegría, que te impida ser una piedra en sus vidas, y así permitirles encontrar la felicidad.
Pero no me alejo, me aferro a mi ansiada felicidad y sigo absorbiendo su felicidad, como una sanguijuela, como el peor de los parásitos.

¿Por qué soy tan cobarde?


"He adquirido la convicción de que casi todos eran hombres inmorales, malvados, sin carácter, muy inferiores al tipo de personas que yo había conocido en mi vida de bohemia militar. Y estaban felices y contentos, tal y como puede estarlo la gente cuya conciencia no los acusa de nada"
Tolstói




lunes, 9 de marzo de 2009

MinD

La mente...ese poderoso aliado, y ese funesto enemigo...esa reina de nuestros pensamientos, esa máquina de pensamientos y motor de nuestro cuerpo...esa.

Durante mucho tiempo, he comprobado que mucha gente tiene gustos distintos, que, mientras a unos les gusta el suave tacto del terciopelo, el dulce aroma del pan recién hecho o la melodiosa voz de Freddie Mercury, a otros les dan grima, les asquean.

¿Existe un GUSTO universal? Hay algo que nos guste a todos, me pregunto yo?
La respuesta es sencilla: NO.
Los cinco sentidos de cada persona varían segun la voluntad de sí misma, de su mente, no hay un gusto que esté a gusto de todos.

Por ejemplo...¿quién es la mujer más bella del mundo? Pués, según medio planeta, el nombre de este tesoro visual es
Aishwarya Rai, una mujer de origen Indhú que ha cautivado las mentes de la mayoría de la población masculina y lesbiana.
Pero...si me preguntas a mí, por ejemplo, te respondería que es otra persona, y si le preguntases a mucha otra gente tampoco obtendrias por respuesta el nombre de esta actriz de bollywood.
Así pués, nadie podrá negarte nunca que la persona que consideras la más hermosa del mundo lo es, dado que es la que tu mente ha escogido como tal, y eso ya la convierte en la persona más hermosa del planeta, al menos a tu vista.

Lo mismo pasa con los sonidos y las voces. Si a tí te gusta una voz, un sonido...nadie puede negarte que es bonito. Si a tí te gusta como canta alguien, por ejemplo, nadie, absolutamente nadie, deberia decirte que canta mal esa persona, dado que, a tu oído, en tu mente, canta bién, y eso le convierte en un buén cantante, ya sea para tí o para dos millones de personas.

Así pués, los gustos no son algo universal, nadie deberia decidir si una persona es o no es guapa canta o no canta bién, y menos aún esa persona misma. Aunque claro...si solo le gusta a una persona y a las demas les da asco...lo más probable es que la persona que mantiene el gusto individual sea un poco rara y no lleve la razón, pero...

para gustos, los colores